Había una vez, en un gran desierto, un joven canguro llamado Roo. Roo era curioso y le encantaba saltar y explorar, pero a veces se sentía un poco asustado cuando se encontraba con algo nuevo. Un día, su mamá se puso malita.
Los animales más listos del desierto le dijeron a Roo que la única manera de que su mamá mejorase era encontrar una fruta mágica llamada el «Fruto del Coraje», que crecía en un lugar lejano y lleno de desafíos.
Roo sabía que debía ser valiente para encontrar la fruta y ayudar a su mamá. Con un gran abrazo y palabras de ánimo, Roo partió en su aventura.
El primer desafío que Roo encontró fue un grupo de rocas grandes y afiladas. Parecían imposibles de saltar. Recordando las palabras de su mamá, Roo respiró hondo, dio un gran salto y, con un poco de esfuerzo, logró pasar las rocas.
—¡Lo hice! —exclamó Roo, sintiéndose más confiado.
Más adelante, Roo llegó a un río ancho y hondo. El agua parecía moverse muy rápido, y Roo no estaba seguro de cómo cruzarlo. Se sentó en el borde del río y vio a un grupo de canguros más grandes saltar de piedra en piedra para pasar al otro lado. Roo decidió intentarlo también.
Con cuidado, puso una pata en la primera piedra, luego en la siguiente, y así continuó hasta que llegó al otro lado del río. Su corazón latía rápido, pero se sentía muy orgulloso de sí mismo.
—¡Otra vez lo logré! —dijo Roo, dando pequeños saltos de alegría y pensando en cómo su mamá se sentiría mejor gracias a él.
El último desafío que enfrentó Roo fue una cueva oscura. Desde dentro de la cueva se escuchaban ruidos raros, y Roo se sintió un poco asustado, pero recordó cómo había superado los otros problemas y decidió que no dejaría que el miedo lo parase. Sabía que debía encontrar el “Fruto del Coraje” para ayudar a su mamá.
Con mucho cuidado, Roo entró en la cueva. Al principio, no podía ver nada, pero a medida que pasaba el tiempo dentro, Roo empezaba a ver poco a poco más en la oscuridad. Vio que los ruidos venían de pequeños murciélagos. Los murciélagos no querían hacerle daño, solo estaban divirtiéndose mientras volaban.
Roo sonrió y salió de la cueva donde vio un árbol brillante con frutos dorados colgando de sus ramas. ¡Era el Fruto del Coraje! Roo cogió uno de los frutos y rápidamente regresó a casa.
Cuando llegó, le dio el “Fruto del Coraje” a su mamá, quien lo comió y comenzó a sentirse mejor muy rápido. Roo se acurrucó junto a su mamá, lleno de alegría y orgullo.
—Estoy muy orgullosa de ti, Roo —dijo su mamá con una sonrisa—. Has demostrado una gran valentía y amor. Gracias a ti, ya estoy bien.
Roo se sintió muy feliz y supo que siempre podría enfrentar nuevos desafíos con valentía, especialmente cuando se trataba de ayudar a alguien que quería.