En lo alto del cielo nocturno, miles de estrellas iluminaban el universo. Algunas brillaban muy fuerte, otras titilaban de manera suave y constante. Entre todas ellas, había una estrella muy pequeña llamada Estrellita.
Aunque hacía su mayor esfuerzo por brillar, sentía que su luz no era tan fuerte como la de sus hermanas estrellas. Estrellita pasaba mucho tiempo mirando a las estrellas más grandes y brillantes, como Lucero y Solina, quienes iluminaban el cielo con destellos que parecían llenar todo el espacio.
—¡Cómo me gustaría brillar tan fuerte como ellas! —suspiraba Estrellita—. Tal vez, si tuviera más luz, sería más especial.
Un día, Estrellita decidió acercarse a la Luna, quien observaba todo desde su lugar en el cielo.
—Luna, ¿por qué no puedo brillar tan fuerte como las demás estrellas? —preguntó Estrellita con tristeza.
La Luna la miró con cariño y le respondió:
—Cada estrella tiene su propio brillo, Estrellita. Algunas son grandes y deslumbran, pero eso no significa que tu luz sea menos importante.
Estrellita no estaba muy convencida. «Seguro que la Luna me dice eso para que me sienta mejor», pensó. Pero seguía sin sentirse tan especial.
Una noche, algo inesperado sucedió. Una nube grande y oscura cubrió el cielo, tapando a las estrellas más brillantes, incluidas Lucero y Solina. El cielo se volvió muy oscuro, y solo unas pocas estrellas pequeñas, como Estrellita, podían verse entre las nubes.
Los niños en la Tierra, que miraban al cielo antes de irse a dormir, vieron la luz de Estrellita. Aunque no brillaba tan fuerte como las otras, su pequeña luz titilante era lo único que iluminaba el cielo en esa noche oscura.
—¡Mira esa estrella tan bonita! —exclamó un niño—. ¡Es pequeña, pero brilla muy bien!
Estrellita escuchó esas palabras y por primera vez se dio cuenta de algo importante: no necesitaba ser la más brillante para ser especial. Su luz, aunque pequeña, tenía su propio lugar en el cielo, y esa noche, fue la estrella más importante de todas.
Desde entonces, Estrellita nunca más se sintió triste por no brillar como las demás. Sabía que, aunque su luz era más suave, tenía su propio brillo único, y eso era lo que la hacía especial. Cada noche, Estrellita brillaba con orgullo, sabiendo que no necesitaba compararse con nadie. Porque, en el cielo, todas las estrellas son importantes, cada una con su propio y hermoso brillo.